Hambre, cocina y migraciones.

El hambre es la compañera inseparable del migrante. Hay varias clases del hambre. Hay el hambre de lo que ya no se podrá comer más, de lo quedó irremediablemente atrás. Hay el hambre que obliga a comer cosas que no conoces, que no te gustan, pero es lo que hay. Hay el hambre que duele, que quema, que te haría comer piedras, si hubiera piedras para comer. Y hay el hambre sorda, constante, como un hueco en las tripas, de cuando no hay nada, nada para ahora, nada para esta esta noche, y nada para mañana. 

El hambre y la sed son las grandes preocupaciones del migrante. Podemos ver esto aquí de forma gráfica gracias al fotógrafo Gregg Segal, conocido por sus críticas a las desigualdades producidas por la globalización en la serie Daily Bread. ACNUR lo invitó a documentar algunos aspectos de la migración venezolana. Segal decidió retratar madres e hijos venezolanos con la vestimenta y alimentos que les acompañaban durante la travesía.


 Gregg Segal en el proyecto EL viaje que nunca termina.
(Ver proyecto)

Pero el hambre no se limita a lo puramente nutricional, biológico. La comida es un hecho cultural complejo. Normalmente, cuando se habla de la culinaria y de la gastronomía se hace desde la abundancia, la variedad y la presentación. Así también, cuando se habla de cocina y migración, generalmente se hace desde la perspectiva de los aportes de nuevos sabores e ingredientes a las sociedades receptoras. Pero se recuerda menos que el hambre abarca un espectro de situaciones que van desde la carestía de lo que se desea, porque es hábito comerlo, hasta la carencia aguda de alimentos básicos. La comida va mucho más allá del deseo porque es uno de los más importantes marcadores identitarios, y porque todas las sociedades del mundo tienen categorías para distinguir la calidad de los alimentos. 

Por ejemplo, los Yanomami, un grupo indígena amazónico ubicado en la región fronteriza entre Venezuela y Brasil, tienen dos palabras especiales para hambre en general, y para hambre de carne, cuando la cacería escasea y deben conformarse solo con un poco de pescado y plátanos asados. Esto puede parecer un detalle de la antropología hasta que se piensa en cómo las conversaciones de los migrantes, de los pobres, de los prisioneros, de los viajeros, o de cualquiera que esté lejos o limitado en lo que come por cualquier circunstancia están llenas de recuerdos y referencias a lo que se comía, cómo se preparaba y en qué ocasiones se consumía.

Venta informal de alimentos icónicos venezolanos en la calle 30, centro de Barranquilla

Por esto, el mantenimiento de las tradiciones culinarias es uno de los principales referentes culturales de las comunidades migrantes y diaspóricas: muchas personas renunciarán antes a sus costumbres y a su idioma que a su forma de comer.

Violencia, pobreza, inseguridad, cambio climático, todos estos fenómenos poseen un común denominador: la inseguridad alimentaria, o más sencillamente el hambre. Hubo un tiempo en que la migración era deseada, o por lo menos necesitada, a condición de que los migrantes se integraran a las sociedades de acogida. Ahora, la violencia y la escasez ha hecho que mucha gente se haya ido de donde nacieron por necesidad, sobre todo necesidad económica, una elegante manera de decir hambre. No es una “migración” si por esa palabra se quiere significar una opción elegida libremente. De acuerdo con ACNUR, los migrantes económicos son personas que salen de su país en busca de mejores oportunidades, y los refugiados son personas que huyen de conflictos armados, violencia o persecución.

El problema es que los países más pobres suelen ser los países más conflictivos e inseguros. Donde hay pobreza hay violencia. 

Según el Informe para las migraciones de la OIM 2024 existen aproximadamente 281 millones de migrantes internacionales y 117 millones son personas desplazadas (Ver informe) por conflictos, cifra que ha alcanzado los niveles más elevados en épocas recientes. Sobra decir que los desplazados suelen ser personas que no solo son extrañas a sus lugares de llegada, sino también pobres. Por eso suelen ser rechazadas, por su condición de extranjeros o extraños (tienen otras e impredecibles costumbres), y por su condición de necesitados (vienen a competir por bienes siempre escasos, o al menos de eso nos han convencido la vieja economía y los nuevos políticos).

La xenofobia y la aporofobia trabajan juntas. Aunque no nos guste admitirlo, la xenofobia, el rechazo al otro, al extraño, al venido de otro lugar, forma parte de la naturaleza humana. Por el contrario, la aporofobia, el rechazo y el miedo al pobre es un fenómeno moderno, no porque no existieran los pobres antes (siempre los ha habido), sino porque ahora son demasiados y ya no están contenidos en los límites tradicionales del feudo, el reino o el estado nacional. El problema ahora es que ambas formas de rechazo y miedo se han unido y confundido en la época contemporánea. ¿Qué sucede en un mundo donde migración, hambre, xenofobia y aporofobia se mezclan? 

Para ilustrar esto, en los días en que escribí estas notas, hice esta pregunta a mis familiares y amistades migrantes, todos venezolanas y venezolanos, que están en Estados Unidos, Colombia, Chile y Argentina: ¿Puedes decirme dos o más palabras que la gente usa en tu entorno cuando habla de migración? Fue un ejercicio complejo, ya que a muchos les avergonzó recordar y decir esas palabras, pues se dieron cuenta que nombraban las imágenes desde los cuales se les representa en los paises en donde hacen vida en la actualidad. En la figura anexa, quise compartirles la nube de palabras que formé con sus respuestas:

Palabras asociadas a los migrantes

Como se puede observar, las palabras se refieren sobre todo a estigmas y estereotipos. Por mi condición de migrante con, lo que pueden considerarse ciertos privilegios como , estatus regular y empleo formal, en mi caso esto aparece con menos frecuencia, pero no está ausente. Como a veces me confunden con cachaca, o con alguien de otro país, con alguna frecuencia escucho referencias a los venecos como pobres, flojos, ladrones y prostitutas. También, hay que decirlo, muchos se comparan con sus propias situaciones de hace unos años, y ofrecen trabajo, ayuda o apoyo en alimentos a los migrantes de menos recursos. Como siempre y en todos lados, el problema es que las voces negativas son más atrevidas y ruidosas, mientras que las positivas hablan casi con miedo. Mal de esta época, en donde la solidaridad no está de moda.

Además de lo terrible de la pérdida de los lazos familiares, la realidad conocida, el peligro del viaje, la invisibilidad y muchas veces la desorientación en la que se encuentran, no en todos los países receptores existen instituciones de apoyo o al menos de orientación a migrantes, desplazados y refugiados. Por otra parte, desde la llegada del nuevo presidente de los Estados Unidos la xenofobia y la aporofobia han aumentado en todo el mundo. Incluso, algunos legisladores estadounidenses han propuesto utilizar la figura inhumana del caza recompensas, pagando 1.000 dólares a quienes suministren datos sobre migrantes sin papeles de residencia legal. ¿Cuál es la imagen que se quiere reforzar? Que todo migrante en situación irregular es un delincuente y, por tanto , una amenaza, o al menos una competencia injusta para el resto de la sociedad y, por tanto, debe ser cazado, encarcelado, expulsado o, si es “necesario”, muerto. (Ver noticia)

Cerraré diciendo que aún cuando utilizo ejemplos de la migración venezolana, los conceptos usados aquí son aplicables a muchos de los procesos migratorios en cualquier lugar del mundo. Como género humano, todos somos responsables de la suerte de los que ahora tienen que migrar, porque nosotros mismos somos migrantes, o alguno de nuestros ancestros tuvo que hacerlo en algún momento del pasado. Ni siquiera los ricos y poderosos han estado siempre anclados a lo que llaman su tierra o su país. Por esto, es bueno recordar las palabras del Papa Francisco ante la muerte de los migrantes africanos en el mar frente a la isla de Lampedusa en 2013: 

 “Hoy nadie en nuestro mundo se siente responsable;  hemos perdido el sentido de la responsabilidad hacia nuestros hermanos y hermanas (…) La cultura de la comodidad, que hace que pensemos solamente en nosotros mismos, nos vuelven insensibles a los gritos de otras personas, nos hace vivir en pompas de jabón tan lindas como insustanciales; nos brinda una ilusión pasajera y vacía que trae tras de sí la indiferencia hacia otras personas, de hecho conduce incluso a la globalización de la indiferencia. En este mundo globalizado, hemos caído en la indiferencia globalizada. Nos hemos acostumbrado al sufrimiento de otras personas:  “no me afecta, no me concierne, ¡no es asunto mío!”.

Conmemoración del naufragio de 2013 en Lampedusa, con 368 migrantes y refugiados muertos.Alessandro BremecNur

Te recomendamos la película TERRAFERMA (2011)

Referencias

-Bauman, Zygmunt (2016). Extraños llamando a la puerta. Barcelona. Paidós, estado y sociedad.

-Caparrós, Martín (2014). El hambre. Bogotá. Editorial Planeta.

-Cortina, Adela (2017). Aporofobia, el rechazo al pobre. Un desafío para la democracia. Barcelona, Paidós, estado y sociedad.

-Lizot, Jacques (1976) El círculo de los fuegos. Caracas, Monte Avila Editores.

-OIM (2024) El Informe sobre las Migraciones en el Mundo 2024 revela las últimas tendencias y desafíos mundiales del ámbito de la movilidad humana

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