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Hablar de dulces en Semana Santa es, para mí, hablar de familia y de afectos que se cocinan a fuego lento. Recuerdo cómo mi mamá alistaba un único dulce para acompañar la clásica película de José: siempre era de mango verde, esa fruta generosa que crecía en los patios o se conseguía sin mayor esfuerzo. El mango, entonces, era un símbolo de lo cotidiano, de lo que siempre estaba ahí. Del lado paterno, el rasguñado era con el dulce de guandul —enviado por mi abuela Emelina o mis tías Juanita o Rut— también formaba parte del repertorio afectivo. En mi infancia, escuchaba nombres de dulces que me eran cercanos, y otros que me sonaban lejanos o misteriosos, como el famoso mongo mongo. Fue solo en la adultez, al interesarme por la tradición y conversar con mujeres sabias, que comprendí el verdadero valor de esos sabores heredados: su poder para contar historias, sostener vínculos y resistir el paso del tiempo.

“Hablar de dulces en semana santa es, para mí, hablar de familia“
No todas las enseñanzas sobre el dulce vienen del fogón. Algunas se gestan en la madrugada, a muy tempranas horas cuando inicia el recorrido que hace la matrona Angélica Herrera (orgullosa hija de María de los Santos Miranda Cassiani) desde el Barrio abajo hacia el mercado, en busca de sus cocos, entonces comprendí nuevamente cómo nuestras plazas y mercados son poderosos espacios donde empieza la alquimia dulce. Ella me enseñaba que preparar un buen dulce no es solo mezclar ingredientes, sino tener la mirada afilada y atenta para saber si un corozo es puro o si una panela tiene la consistencia exacta. Elegir entre una pila el mejor ñame, “Yo nada más lo miro y lo reconozco si es ñame para dulce”, decía con convicción, esto no es intuición, esto la sumatoria de horas dedicadas, es reconocer qué proveedores, qué puntos del mercado te brindarán ingredientes con el mejor equilibrio calidad/precio.

Angélica me ayudó a aterrizar mi pasión: entender que el mango en el patio de casa donde Ana Manga o Meryhellen era apenas uno de los canales de donde domésticamente algunos hogares se sirven. En los mercados descubrí que la tradición está en cada puesto que, según las épocas, se transforman. Los vendedores ambulantes durante la Cuaresma combinan bultones de papaya verde con libras de guandul seco y en otros abundan pastas de tamarindos, ciruelas y bolsones de corozo. Esos hermanamientos de ventas son la expresión más clara de cómo los saberes dulces se organizan, como una coreografía de temporada. En una misma casilla puedes encontrar lo necesario para hacer varias recetas, y si vas más allá de la rápida transacción impersonal, te dan el dato del proveedor que tiene los ingredientes más frescos o económicos si es que tu compra es para “negocio”.
1. La tradición de los Rasguñaos evoca el reparto e intercambio de dulces entre cercanos, vecinos y familiares. Actividad basada en la generosidad, hospitalidad y confianza. “Se compartían los dulces en totumitas o platos sin necesidad de utensilios.”
2.Dulce típico de la región de Córdoba. Sus ingredientes, sabor y textura melcochuda lo hacen único. Mongo-mongo o calandraca, su base común es el plátano maduro, variedades de frutas y algunas veces coco.
“Los vendedores ambulantes durante la cuaresma combinan papaya verde con guandul y en otros abundan pastas de tamarindos, ciruelas y bolsones de corozo”
Pero si pasamos de espacios itinerantes en las calles y nos dirigimos a lugares fijos del amplio mercado de Barranquilla, uno de esos recintos es la Plaza El Playón, donde el aire huele a adobos y anís estrellado. Allí se encuentran productos imperecederos, pero especialmente las especies olorosas que completan el ritual: clavitos, canela; o la panela en hoja, cocos, guandul de calidad traído directamente desde Luruaco, Atlántico por Adalberto “Palomo”, proveedor de confianza de Ana Delia Caicedo y otros locales más. Debemos recordar el protagonismo de los mercados y las plazas, pues allí llegan los ingredientes, porque, como me enseñó Angélica, hacer dulce comienza con saber buscar lo que vale la pena.
Damaida Morales: trilogía del dulce
La matrona Damaida Morales tiene su centro de operaciones en Soledad, ella además de preparar dulces, los honra. Como hacedora y líder afrodescendiente, tiene claro que una venta bien montada en Semana Santa debe ofrecer una variedad representativa: un dulce a base de leche (como la cortada o el arequipe con coco), otro de fruta de temporada —papaya verde, piña, mango, guayaba— y uno más a partir de tubérculos o granos, como el ñame, la yuca o el guandul. Su mesa, cerca de su casa en Soledad o en el Centro Comercial Carnaval, es un espacio de preservación de saberes que, por generaciones, han alimentado memorias y resistencias.
LA SABIDURÍA DE DAMAIDA MORALES, MATRONA ORGULLOSA DEL CORREGIMIENTO DE SAN PABLO, EN MARÍA LA BAJA. CON UNA SONRISA AMPLIA Y UNA VOZ QUE NO SE QUIEBRA REPRESENTA EL LINAJE CULINARIO AFRO DE LOS MONTES DE MARÍA, ESE QUE HA SABIDO RESISTIR, REINVENTARSE Y ENDULZAR GENERACIONES ENTERAS.
El verdadero apoyo de Damaida fue mostrarme por qué esta fecha es tan significativa. Me explicó que desde siempre la Semana Santa coincidía con la temporada de mayor producción de frutas. Es en este momento cuando los frutos están en su punto justo de madurez, dulzor y abundancia, ideales para preparar los dulces típicos. Ella no me habló de plazas ni de rutas comerciales; me recordó nuevamente que la tradición también empieza en lo cotidiano, en la tienda de la esquina, donde ella se abastece para mantener viva su dulcería. Su centro de operaciones es sencillo, pero firme, y su sabiduría, profunda. Me enseñó a ver el dulce como parte de un ciclo natural y social: cuando la tierra da más, se endulza más.
Dulces que se mueven por la ciudad
Sabemos ya que los mercados y plazas siguen siendo el centro vital de abastecimiento, donde se adquieren los ingredientes esenciales. Pero una vez comprados, en los emprendimientos familiares de muchos barrios tradicionales y periféricos —como Nueva Colombia, El Bosque, Villa San Pedro o Barrio Abajo—, varias manos se encargan de pelar, picar, preparar y envasar. Estos centros de producción casera no solo sostienen tradiciones, también activan economías locales y vínculos comunitarios. Y sus dulces, cuidadosamente elaborados, salen a caminar por la ciudad: se venden dentro y fuera de las escuelas, en los lobbies de instituciones, y se abren paso en parques como el Suri Salcedo, evocando los rezagos de tiempos más dulces.
Estos sabores también encuentran espacio en puntos cardinales del interés contemporáneo, como el Gran Malecón, y en otros menos sonoros, pero igualmente vitales, convertidos en vitrinas informales de historia y sabor. Incluso como hemos dicho, en centros comerciales, donde logran adaptarse a nuevos públicos sin perder su esencia. Así, estos puntos de venta —móviles o establecidos— nos hablan de una cultura viva, que se transforma sin dejar de saberse dulce y cercana.
Suri Salcedo: un parque con sabor a historia
En vísperas de la Semana Mayor, el Parque Suri Salcedo revive una de sus tradiciones más queridas: la venta de dulces típicos. Este emblemático espacio es un lugar de paso y recreación, pero en antaño fue también un punto de encuentro con la memoria gustativa del Caribe. Durante décadas, generaciones de dulceras han instalado aquí sus mesas, transformando el parque en una gran vitrina de sabores, frutas de temporada y saberes heredados.
Una de esas voces es Derly Herrera, una dulcera experimentada que cada año regresa con sus recetas y casi dos mesas llenas. Cualquier tarde se le encuentra en plena faena, agradezco que tomándose unos minutos me explicó sobre el proceso del mongo mongo, un dulce que combina hasta diez frutas y se prepara con esmero durante varios días. “Primero se hace el de papaya, luego el de plátano, después piña… y al final se mezclan y se vuelve al fogón para que coja el sabor”, relata. En su mesa nunca pueden faltar el mongo mongo, pero el de coco, de ñame y guandul, son una trilogía que resume el alma dulce de la región. Por supuesto, ella arriba al mercado para surtirse de sus ingredientes, en cacharrerías y graneros los vasitos, palitos de madera, cucharitas y papel adherente y en las tiendas de barrio se sirve solamente de aquellos ingredientes menores: canela o azúcar, por emergencia.
En la esquina de la carrera 46 con calle 70, otro legado continúa vivo bajo la sombra de los árboles: Dulces Cata, fundado por la matrona Catalina Cáceres y hoy atendido por su hijo Walberto Valdez. Este puesto es sinónimo de constancia y sobrevivencia. Allí, entre frascos se puede saborear ñame con coco, piña, ciruela y mango. Cada porción es una receta que ha resistido al tiempo. Caminar por el Suri en estos días es dejarse guiar por los olores, por el eco de conversaciones entre dulceras mayores o sus hijos que hoy solo venden, ya casi no preparan, es pasear por los saberes que no están escritos en libros, sino en palotes de madera y en ollas que parecen perder herederos. Es un punto arqueológico del sabor dulce que marcó generaciones, uno de los lugares donde Barranquilla cuenta su historia a través del gusto.
Mi dulce Suny, una tradición dulcera en Usicurí
En un cálido mediodía del 1 de abril de 2023, llegué a un rincón lleno de historia y sabor junto a la casa Takehara, durante un popular evento de rally fotográfico en el hermoso pesebre del departamento del Atlántico: Usiacurí. Me recibió doña Suny, una mujer de voz dulce y sonrisa generosa, quien con más de dos décadas custodia la tradición dulce en el municipio. Rodeada de frascos bien alineados y presentaciones coquetas me contó que su oficio nació del compartir familiar durante la Semana Santa, cuando era costumbre preparar dulces para regalar entre vecinos y amigos. Con el tiempo, esa costumbre se volvió sustento, arte e identidad. Hoy, su casa adaptada para atender a turistas es un punto obligado para quienes buscan el verdadero sabor del Caribe colombiano.
YO VOY ELABORANDO Y VOY HACIENDO UNAS MEZCLAS… TENGO ESA MEZCLA QUE ES DE TOMATE DE COCINA CON PIÑA, PAPAYA, COCO, MANGO MADURO Y QUE HA GUSTADO MUCHO. EL DE CAFÉ TAMBIÉN ES ALGO QUE A LA GENTE LE LLAMA LA ATENCIÓN. YO HAGO ALREDEDOR DE 25 SABORES DE DULCES DIFERENTES. — Doña Suny
La dulce herencia de nuestras casas: un ejercicio pedagógico
Hablar de dulces típicos no solo es una evocación familiar y confidencial. En vísperas de Semana Mayor realicé un ejercicio con estudiantes para invitar a los jóvenes a dialogar con la tradición culinaria. Siempre recurro a estas vivencias, porque, aunque para muchos la producción casera de dulces ya no sea parte de su vida cotidiana, todos tienen algún recuerdo que los conecta.
En un ejercicio reciente, surgieron retratos poderosos, hechos a pulso, donde se dibujaron cocinas, matronas con palangana, ingredientes y preparaciones con el toque secreto de la abuela. Pero como no todos son barranquilleros, sus sentires venían de rincones diversos del Caribe colombiano. Esa diversidad es la que nos une en un mismo fogón simbólico, donde el dulce no es solo sabor, sino relato, raíz y pertenencia.
Resumen palatable
A todas y cada una de las personas entrevistadas, visitadas y escuchadas durante esta travesía dulce, mi más profundo agradecimiento. En la medida de lo posible, me compartieron cómo organizan sus días de compra, a qué puesto llegar, qué proveedor ya es parte de su ruta y cómo la subida de precios —especialmente coco, corozo, leche, azúcar y la panela— ha afectado directamente el valor final de los dulces. Pero, pese a los desafíos, los dulces siguen siendo el resultado de una receta férrea, que se cuece entre lugares de abastecimiento, relaciones de confianza y manos sabias al pie del fogón.
Este blog intenta honrar esa cadena invisible de saberes, de afectos, de memorias, de lugares, de sabores que no se improvisan, sino que se heredan y se reinventan. Porque como me enseñaron tantos de ellos, el dulce no empieza con el primer hervor, sino con la primera decisión de salir a buscar lo que realmente vale la pena.
Y les cuento, yo salí al mercado con mi mamá, visité el Playón, busqué los rincones donde sabía que estaban las mejores especias, llegué donde Ana Delia Caicedo, compré el guandul… recorrí la calle 30, caminé por la Cra 43 y hallé otros ingredientes, porque les digo, en casa como es tradición se hará el dulce de mango, pero esta Semana Santa quiero hacer el dulce de guandul. Entre la guía de mi mamá, de una tía y lo que haga falta, le daré vida y sabor a ese dulce.

Hoy me puse en el lugar del que elabora un dulce, de ese miembro de la familia que asume la tarea de preparar en casa su receta. Bajo esta premisa, no recapacité lo suficiente sobre los sentires del vendedor. Queda pendiente, para otra entrega o reflexión, detenerme con más profundidad en la voz de quienes producen a diario, no solo por memoria o afecto, sino por economía, por subsistencia, por legado y por orgullo. Ellos también tienen una historia que contar —no desde la nostalgia, sino desde la resistencia diaria de quien endulza el mundo desde su esquina.
Lugares mencionados en Barranquilla
Barrios:
Nueva Colombia, El Bosque, Villa San Pedro I y Barrio Abajo.
Parque Suri Salcedo.
Plaza El Playón.
Puestos alrededor de la calle 30 y Cra 43.
Lugares mencionados en el departamento del Atlántico
Soledad (como centro de operaciones de Damaida Morales).
Usiacurí (Mi Dulce Suny, venta de dulces).
Luruaco (lugar donde Adalberto “Palomo” cultiva guandul).
Otras referencias:
San Pablo (María La Baja) – lugar de origen de Damaida Morales